Hoy miércoles 22 de febrero a las 19,00 horas en la iglesia parroquial de Nuestra Señora de la Asunción de Almogía celebraremos Santa Misa en la que se bendecirá e impondrá la ceniza a todo aquel que lo desee.
La ceniza ya está en el Antiguo Testamento como signo de penitencia y arrepentimiento. En muchos pasajes aparece este gesto de echarse ceniza encima para expresar el dolor por la culpa y el deseo de pedir perdón. Es un signo de conversión que ha llegado a nosotros a través de los siglos.
En los primeros siglos no había un calendario litúrgico tan estructurado como el que tenemos ahora, pero siempre hubo un tiempo de preparación a la Pascua. En aquel tiempo la penitencia era más aparatosa. Los que eran pecadores reconocidos hacían una penitencia publica y visible para la comunidad. Habían cometido pecados muy graves que les separaban de la comunidad y necesitaban un período de purificación para ser admitidos de nuevo, algo que se hacía en la Vigilia pascual. Ese tiempo previo ha ido variando a lo largo del tiempo hasta llegar a los 40 días actuales de la Cuaresma.
En los primeros siglos había varias liturgias: romana, mozárabe, ambrosiana y otras. Poco a poco comenzó a aplicarse este rito a todos los cristianos, porque toda la comunidad se reconocía pecadora, y de este modo la ceniza se convirtió en un gesto de conversión cuaresmal. Finalmente, el Papa Urbano II, en el concilio de Benevento del año 1091, generalizó esta costumbre en toda la Iglesia.
El Miércoles de Ceniza es un día privilegiado litúrgicamente hablando, al mismo nivel que los domingos de Adviento o la octava de Pascua, por ejemplo. En este día se bendice y se impone la ceniza, hecha a partir de los ramos de olivo bendecidos el año precedente en Domingo de Ramos. Al imponer la ceniza –que en este día sustituye al acto penitencial–, el sacerdote pronuncia cualquiera de las dos fórmulas que propone el Misal: «Conviértete y cree en el Evangelio», o bien «Acuérdate de que polvo eres y al polvo volverás».
¿Qué se quiere expresar con eso? En realidad, las personas necesitamos un signo externo que haga patente lo que vivimos por dentro. Esta es una forma –se podría haber elegido otra pero esta es muy significativa– de expresar nuestro deseo de iniciar un camino de conversión al Señor.
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