Meditación de los Siete Dolores de la Santísima Virgen.

I Dolor: la profecía de Simeón.
“…¿Cuántos alzados de entre el polvo inerte
verán la lumbre de tu eterna vida?
¿Y cuántos a tu planta bendecida
encontrarán la sempiterna muerte?
A ti, cual blanco, asestará sus tiros
la perversa maldad encarnizada;
y entonces, tú, Señora, destrozado
¡Ay! ¡Sentirás el pecho inmaculado
de cruel dolor al filo de la espada!”.

II Dolor: la huida a Egipto.
“Partieron ya los Magos del Oriente
que adoraron la cuna
del Dios por quien su luz resplandeciente
vierten los soles y la casta luna.
¡Partieron! Y el tirano que temblaba
bajo el dosel del trono
del Redentor la muerte decretaba”.

III Dolor: la pérdida de Cristo en el Templo.
“Llega al mesón la celestial María
cuando la noche oscura
su manto por los valles extendía,
y llena de tristura
en él hallar a su consorte espera.
Mas no lo encuentra y al camino torna;
divísale por fin, corre ligera;
mas viene solo, ¡oh negra desventura!
“¡El Niño!” a un tiempo con afán exclaman,
mas al verse sin Él, entre los gozos
del gentío prorrumpen en sollozos
y torrentes de lágrimas derraman”.    

IV Dolor: encuentro con Cristo camino del Calvario.
“Corre la Virgen Madre apresurada
hacia una encrucijada
en pos del triste Juan y Magdalena.
Al Varón de Dolores
quiere estrechar contra su amante pecho,
seguir con Él del Gólgota a la cumbre,
el rostro en llanto de pesar deshecho.

V Dolor: Crucifixión del Señor.
“Muda contempla a su Señor natura,
solo la brisa lánguida suspira
en torno al Árbol santo, y con dulzura,
volviendo el rostro el Cristo hacia la Virgen
le dice lleno del amor de padre:
“Mujer, mira a tu hijo”,
y volviéndose a Juan: “Mira a tu madre”.

VI Dolor: el descendimiento de Cristo.
“Nicodemo, José de Arimatea
con anchas fajas de nevado lino
y riquísimo ungüento,
que dulce aroma exhala,
ascienden por la escala.
José, por cuyo rostro venerable
abrasadora lágrima resbala,
poco a poco desprende la corona
que taladra las sienes del Mesías.
Tómala entre sus manos la Doncella,
que al contemplarla inconsolable gime,
y, sin temor a los punzantes dardos,
contra su seno maternal la oprime”.

VII Dolor: el entierro de Cristo.
“Cubierto por lienzos y el sudario
del mundo ingrato el Redentor divino.
Toma el cortejo fúnebre el camino
del sepulcro, no lejos
de la sangrienta cumbre del Calvario.
José de Arimatea, Nicodemo
y Juan llorando de profunda pena,
condúcenlo entre sábanas tendido,
y de fragancia el céfiro se llena.
Y detrás con el rostro compungido
caminan sollozando Magdalena
y la triste María,
que muda como estatua
en silencio devora su agonía”.

De Los Siete Dolores de María, Ruperto S. Gómez, 1884.