Celebramos hoy la Solemnidad de la Inmaculada Concepción de María, recordando como nuestro Padre celestial pensó en la Santísima Virgen como parte fundamental del plan divino de redención. Aquella que estaba llamada a llevar en su Sacrosanto Seno al Sol Invicto, al Sol de Justicia, a la Salvación del Mundo, no podía estar concebida con mancha de pecado. Es por ello que Dios la pensó en ese especial estado de gracia. Y debía padecer dolores y sufrimientos necesarios por nuestra redención. Pero al final, el triunfo de la Resurrección, también se extendió a la propia Virgen, que fue asunta al cielo en cuerpo y alma, en premio a los méritos de su condición y de su vida ejemplar, como la perfecta y primera Discípula del Santísimo Cristo.

“Aurora virginal, celeste Aurora
de tiernas rosas y de luz vestida,
Arca del Sol, Cancel de nuestra vida,
¡apresura, adelanta, que es tu hora!

Aún es noche en el valle. Aún hay quien llora
ciego en las sombras. Pero ya, vencida
al filo de tu luna, aplasta, herida
la sierpe atroz, tu pie de vencedora.

¡Levántate, Fanal de la alborada!
Vuelve al cristal del agua su alegría,
su verdor al almendro y su mirada

al alma ciega. Y mientras viene el día,
sé Tú nuestra esperanza iluminada,
¡Alba del Sol, purísima María!”.

Genaro Xavier Vallejos.

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