18 de julio de 2020.
Festividad del Beato Tiburcio Arnaiz, en el día de hoy la Iglesia malacitana celebra con gozo la festividad del Bienaventurado Beato Tiburcio Arnaiz (1865-1926), SJ, Apóstol de Málaga. Misionero incansable, tocado con altas virtudes cristianas, que practicó la imitatio Christi, y que tantos bienes espirituales, materiales e intelectuales tuvo a bien de aportar con su labor apostólica a numerosos lugares llenos de necesidades. Un verdadero Apóstol de Cristo que en las primeras décadas del s. XX dejó una huella de santidad imborrable. Hombre santo que queda vinculado a perpetuidad con nuestra Hermandad a través de la presencia de sus dos reliquias, que tenemos el enorme privilegio de atesorar.
“Arnaiz se fue haciendo santo… poco a poco, como todos. De su naturaleza lo ayudaron muchas cosas: su energía y capacidad de trabajo, su inteligencia práctica, su vis estimativa, su don de gentes, su elocuencia, su resistencia física y psicológica, su equilibrio afectivo, su disponibilidad para escuchar. Y otras, lo desayudaron, o… lo ayudaron a ser más santo, por tener que educarlas o vencerlas: su franqueza sí o sí, su voluntad rectilínea, a veces rayana con la rigidez; su dificultad para comprender a quien no podía llevar su ritmo; su brusquedad… Y sabido es que la gracia trabaja sobre la naturaleza que encuentra (o sea, la que Dios ha querido), sin destruirla, pero perfeccionándola, si el sujeto la deja.
Por eso no hay, no puede haber dos santidades iguales, porque tampoco hay dos temperamentos idénticos. Lo bonito es que al Padre Arnaiz, el trabajo apostólico, lejos de endurecerlo, lo enterneció. Cuando lo asediaban con impertinentes requerimientos y preguntas inoportunas, en lugar de manifestar cansancio o impaciencia, aprendió a devolver una sonrisa. Era muy fino en su trato,
muy delicado, y hasta gracioso…El Padre Arnaiz era, por encima de todo, un hombre de fe, de fe recia, viva, actuante. Y por tanto, de mirada sobrenatural. Un hombre sin tonterías ni autocontemplaciones. Un hombre devorado por la sed de almas y abrasado por el amor a Jesucristo. Y esto fue configurando su personalidad misionera, sacerdotal y humana…”.
En Padre Arnaiz. “Me he dado prisa en vivir” de Alberto José González Chaves.