Ningún ser humano antes que Él y nadie después que Él ha podido realizar este “paso”; pero Jesús de Nazaret lo ha hecho por su condición de Dios y Hombre a la vez. El fiel creyente, que se asocia a la muerte de Jesucristo en el bautismo, queda asociado también a su resurrección; su vida temporal queda impregnada de inmortalidad; su inteligencia limitada queda iluminada por la luz de la fe; experimentando el amor de Dios, queda capacitado para amar. En definitiva, el creyente puede realizar la “Pascua” con Cristo, dando el “paso” hacia lo eterno.
Por la fe se nos regala el don de vivir con esperanza y agradecimiento. Nuestra pequeñez y miseria es ocasión de misericordia; la humillación, de exaltación; las penas se truecan en alegría; y la amargura se dulcifica.
La Pascua nos permite traspasar nuestros cortos límites, porque se nos tiende la misma mano de quien resucitó a Jesús de entre los muertos. Por eso, «si vivimos, vivimos para el Señor, si morimos, morimos para el Señor» (Rm 14,8), que murió y resucitó por nosotros, rescatando nuestra vida. Desde su resurrección estamos en deuda de amor con Él; deuda impagable, que debe llevarnos a vivir sólo para Él, pues el amor sólo con amor se paga.
¡Feliz Pascua de Resurrección!
+ Jesús Catalá, Obispo de Málaga