Uno de los anhelos que tiene la Hermandad de Cristo desde aquel funesto 1936 es la recuperación de su acervo. En tan fatídico año la cofradía vio desaparecer sus imágenes titulares junto con todo su archivo custodiado en la parroquia. Su patrimonio, del que apenas tenemos constancia, quedó reducido a cenizas. De esa poca información de nuestros haberes que nos llega hasta nuestros días, tan sólo tenemos un cetro de mayordomía, una campana de mano y un juego de potencias en plata. Pero también nos ha llegado como legado varias fotografías donde podemos observar la monumental efigie de nuestro Salvador sobre una exquisita peana que servía de trono procesional.
Aquí tenemos ya el principal pilar sobre el que se fundamenta el trono. Nuestra historia. No es un capricho, no es una moda. Es la voluntad de ir caminando hacia el futuro sobre nuestro pasado. Así, el primer paso hacia lo que hoy tenemos aquí, es la creencia y la firme apuesta por nuestra memoria. Los hermanos de Cristo queremos volver a ser lo que fuimos.
Pero a las ideas hay que darle cuerpo y ahí no podía aparecer otro nombre que no fuese quien lleva años trazando el patrimonio de nuestra corporación. Francisco Naranjo recrea la desaparecida peana barroca que sin duda ha sido el trono más identitario que ha poseído nuestra corporación a lo largo de su historia. Como artista que es, no se limita a calcar la obra destruida sino que la enriquece con elementos de platería e imaginería. Incardinándose en ella paños de orfebrería con motivos vegetales así como cuatro cartelas que albergan sobresalientes Reyes de Israel sobre otras tantas cartelas con textos del Antiguo Testamento. Este peanón cuadrado descansa sobre una mesa rectangular que está circundada por doce cartelas con los símbolos de las doce tribus de Israel.
Quizás la gran aportación que en diseño recibe el paso sean los cuatro arcángeles que escoltan la fastuosa peana. Ellos son los tenantes de una cornucopia que sostienen los hachones que iluminan el Divino rostro.
Los talleres:
Intervienen dos grandes talleres en la ejecución de las andas del Señor de Almogía:
El del tallista Juan Carlos García; para quien trabajaba un ebanista de la Rambla en Córdoba y un maestro dorador de Linares. Y el de los sevillanos hermanos Marín Díaz más conocidos por orfebrería Maestrante.
Juan Carlos García López tiene su taller en Arjonilla (Jaén), graduado en diseño y ebanistería artística y discípulo del escultor Manuel López, en cuyo taller se forjará de forma radical su visión estética hasta que monta taller propio.
El trabajo que nos ocupa se ha cumplido bajo la premisa impuesta por parte de la Hermandad de seguir de una forma rigurosa y meticulosa el diseño de Francisco Naranjo. Un planteamiento de talla dispar, y distinto al estilo marcado por la plasticidad y volúmenes característicos de la obra de Juan Carlos, que a su vez ha contado con la capacidad de adaptarse y acometer los patrones marcados.
La talla, sobre cedro, es totalmente artesanal, a golpe de formones y escofinas, prescindiendo de elementos mecánicos otorgándole, si cabe, más valor a la obra. La minuciosidad de la talla y el preciosismo en elementos como las piñas florales de las esquinas, donde cada flor, cada hoja tiene un labrado individual y primoroso.
Los hermanos Rafael y Juan Manuel, los maestrantes, son sobradamente conocidos en esta casa. Obras como el halo de Mª Sª de Concepción, las potencias del Stmo. Cristo o la cruz-guía como obras referentes entre otras muchas ejecutadas para nosotros son sobrada carta de presentación de su maestría con la plata y el metal.
El volumen de los paños del pedestal o las cartelas figurativas de la mesa serían motivo de entretenerse en su explicación pero si hay un trabajo por el que destacar su oficio y su saber es el ropaje de los cuatro arcángeles. Una técnica, que como ellos bien dicen, no se ha abordado en más de un siglo por ningún otro taller. Como una obra de labor de retales, como un tejido a modo de puzle, se unen pequeños trozos de plata a modo de fragmentos ligados entre sí hasta conseguir revestir las figuras amoldándose a cada pliegue esculpido en la madera.
Hay un nombre, Álvaro Abrines, que con permiso del resto de artistas y artesanos sobresale por cuanto nos entrega en su trabajo. Este artista hispalense empieza sus primeros pasos en el trianero taller de Lourdes Hernández siguiendo su formación como aprendiz con Darío Fernández finalizando ésta con Jaime Babío. Ya cursando escultura en Bellas Artes prosigue su instrucción bajo las directrices de nuestro querido profesor Juan Manuel Miñarro.
Aquí sí que es difícil hacer un ejercicio de síntesis. Cada uno de los ocho querubines merece una parada para advertir su belleza. Su gesto, movimiento. La soltura de sus formas, la delicadeza y la gracia de sus muecas. Un puchero contenido, un postura de súplica, la expresividad en cada uno de sus rostros. La ternura infantil del coro angelical que llora la muerte del Creador y que son guardianes de la Gloria de Dios.
Pero es no querer entretenernos en ellos y tener que hacer parada en los bustos de los reyes de Israel. En oro, plata y marfil, con unos ropajes anacrónicos, muy del gusto barroco. Siguiendo un modelado en terracota para hacerle un fundido a excepción de las expresivas cabezas talladas en cedro siguiendo la estela crisoelefantina, que para los que no son duchos en la materia no es otra cosa que la mezcla en la escultura del marfil y el oro. Cada uno de ellos porta sus atributos para reconocerlos. Así David sostiene la lira, Salomón los planos del templo, Ezequías un barco y Josías un pergamino enrollado con las leyes.
De la misma forma que en el diseño del paso la gran aportación pudieran ser los cuatro arcángeles que escoltan la fastuosa peana. A nivel de escultura son también las piezas más interesantes. Concebidos originariamente con un influjo napolitano, el maestro Álvaro Abrines recondujo esta idea a unas formas más actuales y personales. Dotándolos de una gran movilidad y dramatismo, aportando una visión más contemporánea, sin abandonar el barroquismo de sus ropajes.
Estos arcángeles no son sólo meramente los sostenedores de un punto de luz en el trono. Más allá de su belleza al óleo pulido con finas veladuras en imitación a marfil, en ellos se representan no lo angelical, sino que se ha humanizado su ser y el artista los somete a los rigores del duelo tras la pérdida de un ser querido. Desde los más expresivos en el dolor a la más profunda tristeza e intromisión del ser.
Pudiéramos distinguir en cada uno de ellos los estados de negación y la ira en la parte trasera del conjunto. Mientras la tristeza y la aceptación como un estado de calma presiden la parte frontal del mismo. Pasos por los que este gran imaginero tuvo que atravesar por la pérdida de su madre mientras trabajaba en este proyecto. Parte de él, parte de ella estarán siempre vinculados al Stmo. Cristo.
Pero este trono, como hemos dicho, va más allá de lo puramente ornamental y artístico.
Su carga simbólica y catequética lo hacen sugestivo a quienes no se limitan a ver pasar la hermosura delante de sí. Aquellos que su fe profunda le hacen ir al encuentro de algo más hondo. Aquellos que no se extasían con un placer hedonista sino que buscan un poso de nuestras escrituras encontrarán en esta obra nuestro entronque con el Antiguo Testamento, mundo que aguarda a Cristo hasta que lo redime y por Él volvemos a nacer.
La inestimable ayuda del padre don Francisco Aurioles junto al trabajo desarrollado por Adrián Torreblanca han contribuido al discurso teológico-iconográfico.
Así se concibe todo el paso como un discurso cronológico desde su base hasta la figura del Crucificado. De abajo a arriba, en diferentes estratos. A la misma vez que toda la peana en su conjunto no deja de ser el Tabernáculo de Dios.
Las doce tribus de Israel están representadas en cada cartela inferior, rodeando el Tabernáculo conforme a su disposición en el libro de los Números. La tribu de Leví, por indicación de Dios a Moisés y Aarón es la encomendada al cuidado, montaje y desmontaje del mismo, por eso ocupa las cartelas de los textos, que están más cerca del Tabernáculo, reservándose la cartela delantera al principal de los profetas (Moisés) y al primer sumo sacerdote (Aarón).
El pueblo de Israel era gobernado por los jueces como Moisés hasta la designación de los reyes. Aparece David, al frente. Salomón a la espalda. Y a diestra y siniestra Ezequías y Josías.
Así, este concepto histórico cronológico del pueblo judío se plasma en el trono de manera ascendente. De la misma manera que se le concibe a esta peana-triunfo como un tabernáculo, o lo que es lo mismo un santuario móvil, donde se separa el lugar santo del Sancta Sanctorum por medio de un velo precioso. En este se haya el altar para el holocausto. Así podemos hacer el paralelismo de Cristo como el Cordero de Dios que se sacrifica por nosotros, y a su muerte se rasga el velo del templo.
Es pues una división del Antiguo Testamento, el trono en sí, y el Nuevo Testamento con la Imagen de Cristo crucificado.
Es pues la figura de Cristo, como las Escrituras afirman. Rey de los siglos, Rey de Israel, Rey de los Judíos, Rey de Reyes, Rey de los santos y Soberano de los reyes de la Tierra. Estemos pues de acuerdo, valorando la sabiduría popular malagueña que nunca fue más justo llamarlo TRONO y no paso. Es el triunfo de la Vera-Cruz. La Vera-Cruz gana; porque en ella, con la muerte se vence a la muerte.